En la sociedad contemporánea, el edadismo se alza como un estereotipo de la vejez que afecta a la dignidad y los derechos de las personas mayores. Esta forma de discriminación, basada únicamente en la edad cronológica, conlleva consecuencias que van desde la exclusión social hasta el daño a la autoestima, la salud física y mental de quienes la padecen.
La percepción generalizada de la vejez como un estado de declive inevitable ha calado en nuestras mentes, asociando a las personas mayores con enfermedad, debilidad y dependencia. Sin embargo, es crucial desafiar este paradigma y reconocer que el envejecimiento no es sinónimo de pérdida de valor humano.
Es innegable que el paso de los años conlleva cambios fisiológicos inevitables. El cuerpo experimenta una disminución en la masa muscular, cambios en la composición corporal y un desgaste en las funciones cognitivas. No obstante, es fundamental comprender que el envejecimiento no debería traducirse automáticamente en un declive social y emocional del cual podamos hacer un estereotipo de la vejez.
En lugar de centrarnos exclusivamente en los aspectos físicos del envejecimiento, debemos prestar atención a la calidad de vida de las personas mayores. Fomentar estilos de vida saludables, tanto física como mentalmente, es esencial para preservar su bienestar y vitalidad.
Es interesante reflexionar sobre el cambio de actitud hacia las personas mayores en nuestra sociedad. En tiempos pasados, eran reverenciados como guardianes de sabiduría y experiencia. Sin embargo, en la actualidad, con demasiada frecuencia, son relegados al margen, ignorados e incluso maltratados.
La vejez debería ser vista como una etapa de valor y contribución continua a la sociedad. Las personas mayores poseen un tesoro de conocimiento y vivencias que enriquecen a las generaciones más jóvenes. Es hora de reconocer su inmenso potencial y promover su participación activa en todos los ámbitos de la comunidad.
En palabras de una residente:
«En la vejez, se dice que los años nos han deteriorado, pero la realidad es que vienen acompañados de enfermedades, duelos difíciles y batallas vencidas.
La vejez es una mezcla de caricias y arrugas en el espejo, de paciencia y esperanza, de historia y recuerdos, pero también de ilusión y proyectos. Es la experiencia que nos da historias que contar y, a menudo, silencios que no son escuchados.
Cuando las piernas se resisten a andar por la mañana, aquellas que han caminado tanto, aprendemos a reírnos de nuestras propias limitaciones que emergen día a día. Reconocemos que el tiempo es nuestro y un camino para seguir adelante.
Reivindicamos la vida porque la hemos ganado, y la sociedad tiene mucho que aprender y hacer por nosotros. En la vejez, los pasos son lentos porque llevamos en nuestro interior un niño, un joven y un adulto en nuestra propia historia.»
R.M.E
